Si después de todo la vida tiene su final, que podemos pensar mientras hacemos
el recorrido masónico. Está claro que nuestro recorrido dentro de la orden es
como un corsé que nos abre puertas de nuestra conciencia si hacemos lo que
debemos hacer, naturalmente, y no nos limitamos solo a asistir a las tenidas porque hay que asistir.
La respuesta a la transcendencia no es algo superficial que se pueda adquirir
intelectualmente aunque unos repitan mil veces de memoria los rituales u otros
nos lean largas planchas salidas de sesudas sesiones de copia y pega y poco más.
La experiencia masónica nos debe llevar
a la reflexión individual nacida de la interiorización del ritual del rito en
el cual trabajamos. Desprendernos de los fallos humanos que nos rodean y
reconocer los nuestros propios. Ver en la tenida un momento de abstracción
intelectual y material que permita vaciar nuestro mundo limitado por el nacimiento
y la muerte.
Ahora sí, con esta preparación masónica podemos enfrentarnos solos a
conocer nuestro yo inmortal que nos imbuirá de conocimiento que no puede ser
transmitido por otros y que uno mismo honradamente no puede transmitir. Esa experiencia
solitaria es la única que vale porque no está contaminada por las experiencias
ajenas que colectivizan conocimientos no estructurados fruto de iluminismos
trasnochados.